viernes, 10 de febrero de 2012

He sufrido, he amado, he gastado días y los días han gastado mi felicidad. He llorado y he reído, he contestado y he callado, he sido buena y no han sido buenos conmigo. He creído en el amor y ya no creo en nada debido a derrotas de batallas interminables, pero todas fracasadas. He creído en los príncipes azules pero he entendido que yo no quiero uno de esos. He comprobado que cuando tienes tu máximo esplendor de felicidad la montaña desciende en picado. Me he advertido a mí misma de todo lo que se podría venir encima y por creer en la felicidad y en el amor me llevé grandes hostias. He derramado lágrimas y no creo que nadie haya derramado lágrimas por mí. Cuando creemos en el amor, aferrándonos a un clavo y no lo soltamos; nos enganchamos. Es como el tabaco, cuando empiezas con ello luego no lo puedes dejar. Es una droga que acaba matando pero que en ocasiones es capaz de llegarte a quitar las penas y darte una gran felicidad; demasiado comparado con el amor. He sido traicionada y me han clavado espadas por ese amor que no puede consolar al corazón; porque es efímero, no es verdadero, tan solo es un juego. Un juego en el que uno de los partícipes acaba perdiendo e incluso muerto de dolor. Han luchado contra el sentimiento profundo que guarda mi corazón bestias indomables que por hacerme feliz casi arrastran al infierno mi alma. No tuvieron intención de hacer otro intento porque sabían que ni las miles llaman que arden duraderamente en el infierno no podrían llegar a quemar este sentimiento, ni este dolor que agudiza cada día más y más en el corazón.

No hay comentarios:

Publicar un comentario