Sentada en el alfeizar de una ventana, con una de ellas entreabiertas mientras que entra un aire frío, puro. Notas la llegada de un escalofrío sin dudarlo te levantas a ponerte la sudadera azul que un día me regalaste. Veo un paquete de cigarrillos asomando por una rendija entre abierta de uno de los cajones de la mesilla. Voy a por uno de ellos y busco un mechero. Vuelvo a la ventana y lo enciendo. Suena el timbre de la puerta y te preguntas quien osa a venir a verte a las cuatro de la mañana. Voy a la puerta pues no quiero luego arrepentirme por no saber quién era esa persona. Abro. Es él. Me sonríe y se echa a reír y me dice que creía que había quemado la sudadera y me pregunta que sí puede pasar. Me aparto de la puerta un tanto anonadada y hago gesto de decir que entre pues no me salen ni las palabras. Empezamos a hablar de cómo nos ha ido la vida durante este tiempo y le pregunto cómo ha sido capaz de localizarme. Me responde a todo lo que le he preguntado y así pues porque son las seis de la mañana le ofrezco una copa sacando una botella de whisky. Acepta sin duda, pues es su bebida preferida. Entre risas y risas acabamos recordando ese amor joven, loco, pasional, intenso. Me besa y no lo piensa. Lo hace con ternura, con cariño, con pasión. Sigue haciéndolo igual de bien. Me recoge entre sus brazos y seguidamente estamos tumbados en mi cama. Hace calor. Ya ni el aire que entraba por la ventana hace que la pasión entre ambos disminuya. Imposible. Estamos saciando las ganas que un día tuvimos pero que nunca supimos saciar. Y ahora lo estamos haciendo, le estoy sintiendo junto a mí, dentro de mí; como nunca le había sentido. Era increíble. Estaba pasional, cariñoso. Jugaba con mi cuello y sus caricias se deslizaban por mi cuerpo suavizándolo. Con ganas y deprisa fuimos desnudando ambos cuerpos hasta encontrarnos el uno frente al otro, desnudos, viendo como nuestras almas volvían a fundirse juntas y nuestros cuerpos eran capaces de formar uno. Cuando el placer llama a la puerta, las ruinas del pasado te son indiferentes. Sofocados debido al exceso de placer, suspiramos y respiramos fuertemente, mientras que saca dos cigarros y me ofrece uno. Acepto, pues que mejor que un cigarrillo después de una noche de exceso placer. Son las once de la mañana y, él ya no se encuentra en mi cama, me he dormido y se ha ido pero no me inmuto de la cama pues estoy acostumbrada. Oigo un ruido en la cocina que cada vez se aproxima más a mi habitación y es él. Abre la puerta cuidadosamente con una bandeja entre las manos; me trae el desayuno. Me besa cariñosamente y cuando acabo de desayunar comienzo a darle pequeños besos por su cuerpo pues el desayuno estaba bueno pero faltaba él para que fuera perfecto. Ahora lo era, con él a mi lado había tenido un desayuno a lo grande. Me pongo su camisa y voy al cuarto de baño a darme una ducha. Aparece de repente. Volvemos a estar desnudos el uno frente al otro. Y nos estamos besando mientras que el agua que cae de la ducha se desliza por nuestros labios. Pasan unos cuantos días y nos seguimos viendo y tenemos algún que otro exceso de calor y placer pero nada más. No sé porque no siento lo que supe sentir en ese amor joven, loco, pasional, intenso. Será porque todo ha cambiado o porque ya he cerrado mi corazón para este chico que un día quise tanto pero que hirió demasiado mis sentimientos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario