martes, 7 de febrero de 2012

Paseando por las calles de Madrid, una noche, con un cielo estrellado y nublado; no se encontraba a nadie por la calle. Extraña reacción o no, ya que son las cuatro y media de la madrugada. Respiro y miro a mí alrededor. Locales y tiendas están cerrados. No todas las farolas lucen. Me siento en aquel banco en el que una de las cuatro farolas que había en el parque funcionaba, tan solo esa. Nada más sentarme busqué con impaciencia en mi sudadera rosa de Adidas mi paquete de tabaco y el mechero que tú me regalaste. Lo encuentro. Con impaciencia me coloco el cigarro en la boca y enciendo el mechero. Doy una calada fuertemente exagerada. Lo necesitaba. Necesitaba que estas pequeñas preocupaciones salieran de mi interior. Durante la consumición de ese cigarro las caladas, todas, fueron exageradas. Cuando lo acabo y lo apago, de repente comienza a llover. Una fuerte lluvia humedecía la ciudad. No me muevo ni me voy a ningún lado. Quiero que la lluvia me moje y me quite este maldito olor a ti, ese maldito olor a hombre que incluso pasando los meses no desaparece. Sin darme cuenta, un chico de edad media está bajando por la cuesta que dirige al parque. Va fumando un cigarro casi consumido. No lleva paraguas a pesar de la lluvia; de la que está cayendo. Apaga el cigarro, lo tira al suelo y lo pisa. Va escuchando música con unos altavoces, no reconozco el color; aún está lejos de mí. Cada vez se acerca más y más. Tiene una altura media y fuertes brazos. Su rostro y su cuerpo me son conocidos. Todavía sigo sin saber quién es. De repente, mira alrededor del parque y para la mirada en el banco en el que estoy sentada. Pone dirección hacia aquí. De repente, en mi barriga empiezan a existir unas pequeñas mariposas. No sé que me está pasando. De un segundo a otro, desaparecen. Recuerdos del chico del que estuve enamorada un año vienen a mi cabeza, sin saber cómo ni por qué. Esta situación me resulta tan extraña. Cada vez ese chico se acerca más y más a mí. Cuando llega, se detiene en seco delante de mí y, me mira de arriba abajo. Segundos más tarde, me pregunta que si puede quedarse sentado a mi lado para hacerme compañía. Apaga la música y se sienta ya que mi gesto fue malinterpretado. Me mira y me sonríe. Pronuncia mi nombre en alto. Anonadada por tal palabra pronunciada, le miro sorprendida y me vuelve a sonreír. Lo que a mí me significa un desconocido que se sienta a mi lado cuando yo le he dicho que no para él yo soy una conocida o amiga, quien sabe. Me conoce pero sigo sin saber quién es pero tampoco quiero preguntarlo; no me interesa. Sigo sumergida en ese maldito pensamiento de aquel chico que me tuvo un año locamente cautivada por su belleza, dulzura y carácter. Comienza a hablarme y hago oídos sordos. Pero el chico sigue insistiendo. De repente, comienza a cantar una canción. No recuerdo el título pero sé de quién era. Sin querer saber quién era, no me hizo falta preguntar para saberlo porque tan solo con esa canción supe reconocerlo. Por eso las mariposas en el estómago, los pensamientos de aquel chico del que me enamoré…Sacó una cajetilla de tabaco y me ofreció a que cogiera uno. Acepte pues. Pero no me hacía falta ninguna prueba más. Sabía perfectamente quien era. En la cajetilla de tabaco que había sacado ponía: “Lucky Strike”. Era él, el chico del que estuve enamorada locamente un año y ni siquiera le había reconocido. Me fumé el cigarrillo, me despedí de él con dos besos en la mejilla y me fui deseando no volver a verte nunca más. Todavía seguía lloviendo con gran fuerza pero parecía que el destino quería que le recordara eternamente

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